MATEO ¿EN CUANTAS PLAZAS HAS TOREADO?



Estoy en esa etapa de la vida donde tengo una lista interminable de cosas que quiero hacer.

Mi cabeza está llena de sueños, me imagino en situaciones que me encantaría vivir mientras tenga la oportunidad. Pero al mismo tiempo, me detengo a mirar hacia atrás y pienso: "Mateo, ¿en cuántas plazas has toreado?"

Hace tiempo que no comparto mis historias más íntimas (como cuando empecé este blog) porque aunque resultaban entretenidas para mis lectores, eran como un enorme obstáculo en mis intentos de conquista. No sé, supongo que en ese entonces no había tantas redes sociales, así que, por cosas de la vida, esos arrocitos en bajo caían en mi blog y, probablemente, al leer un par de posts, desaparecían en medio del pánico por caer en alguna de mis historias.

Y sí, creo que fue mi fórmula secreta para desaparecer de la vida de muchas personas, muchas de ellas de las que pudieron ser, pero no fueron.

Hoy recordé, por ejemplo una, aquella vez que salí con alguien que tenía una pizzería de leña cerca de donde vivía en Bucaramanga.

Recuerdo claramente que cocinaba muy bien, su pizza era deliciosa, tenía una familia encantadora, besaba bien, pero había algo que me hizo salir corriendo antes de siquiera llegar a la quinta cita, ¡ni siquiera al "maniculiteo"! Recuerdo que tenía las piernas extremadamente delgadas y me causó tal impresión que decidí ir a torear en otra plaza.

Casi catorce años después, me pregunto si en ese momento de mi vida, mis piernas eran lo suficientemente gruesas como para pedir una pareja con piernas de mesa de billar. Tal vez estaba tan enceguecido con mis exigencias que me sentía con la capacidad de juzgar a una persona por un aspecto físico en particular en lugar de valorar cómo me hacía sentir.

Lo digo porque encontré un post de esa época, con un extracto de una conversación que tuvimos: en el texto yo le dije, "Deberías pedir algo rico, sabroso y especial para almorzar", y me respondió, "Entonces te ordenaré a ti, en salsita". ¡Y yo solo pensando que tenía las piernas secas!

No estoy seguro de qué habría pasado si mis estándares hubieran sido más acordes con lo que significaba para el mercado. Pero catorce años después, puedo asumir fácilmente que primero, yo era un completo idiota con una autoestima por las nubes, y segundo, los años nos enseñan a valorar las cualidades y a dejar esas características físicas que no nos atraen tanto en un plano tan irrelevante que ni siquiera se discuten.

Además, ni que fuera a pasar todo el día con sus piernas en mis hombros, y cuando eso ocurriera no iba a ponerme a pensar en el grosor de sus gemelos. ¡Qué ridículo!

Mat

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