MI SECRETO PARA UNA RELACIÓN SANA


En este punto de mi vida, la perspectiva ha cambiado. Al reconocer que ya no soy tan joven, una mirada más amplia se proyecta sobre las relaciones sentimentales. Y cuando digo "tan joven", es porque sé que si alguien de 50 años o más me escucha, probablemente dirá con total certeza que estoy apenas empezando a vivir.

Como cucho para un adolescente, he dejado atrás los errores que cometía en mis veinte y algunos primeros años de mis treinta. Resulta absurdo embarcarme en relaciones donde los celos, los cachos y los videos sean parte de la dinámica de pareja. Es como ser un kamikaze sentimental, donde los protagonistas siempre terminan literalmente jodidos.

Desde que fui excluido del selecto grupo de los "pollos" generacionales, he abandonado las pistas de relaciones fugaces llenas de sentimientos desbordantes que terminan inundando la vida de dolores de cabeza. Al darme cuenta de que el guayabo se había agudizado, convirtiéndose en una patada voladora en la cabeza que dejaba mongólicas mis neuronas, la alerta se encendió. Aunque no estoy exento de vivir una tusa, sé que está en mis manos evitarla. Haré lo que sea necesario.

Prefiero estar soltero un domingo por la tarde que estar pensando si la persona que está a mi lado realmente me quiere como merezco. Con la lucidez mental que me han dado los años, rompí esa lista de parejas potenciales a las que dejé tiradas cuando la situación se empezó a poner seria. Por alguna razón, uno en el fondo sabe cuándo va a funcionar y cuándo definitivamente no. Preferí evitar la fatiga en lugar de comprometer mi bienestar emocional por la incertidumbre de una relación que no está destinada a ser.

Y ahora con completa tranquilidad les puedo confesar. Nunca había estado tan en paz.

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