DE LOS LUGARES QUE ME DECEPCIONARON



A lo largo de los años, hemos escuchado hablar de lugares que, al conocerlos, superan nuestras expectativas. Pero también ocurre lo contrario, y mi imaginación ilusionada ha sido desafiada por una realidad llena de historia, publicidad y fotos bien tomadas. Así que, comencemos.

Mi colección de decepciones comenzó siendo muy joven, cuando pagué con lo que me quedaba en el bolsillo un tour para conocer el famoso "hoyo soplador", y se rompió mi ilusión.

Me imaginaba un volcán de agua y viento que salía a gran presión en medio de un paisaje impresionante. Pero resultó ser un hueco en una piedra del tamaño de una letrina, donde salpicaba el agua que salía del choque de las piedras y las olas.

Alrededor de este hueco, adornado con un grupo de turistas con camisetas de "I Love Cartagena", con mechones de pelo trenzado, intentando que el hueco soplara en el momento exacto de la foto. Siempre imaginé un fenómeno natural, no un hueco que salpicara agua.

Bonito, no. Impactante, tampoco. Pero sí puede ser caro, especialmente si pagué el paquete del guía turístico que incluía la entrada a la cueva de Morgan, que podrían bautizar mejor como la cueva de María, Mercedes, Mirta o Maribel, porque en realidad Morgan suena mucho más impactante de lo que es.

Cuando visité Boyacá, la idea era conocer la famosa Laguna de Guatavita. Y cuando llegué al pueblo, quedé alucinado con el paisaje. Era mágico ver el contraste de la arquitectura colonial con un fondo de agua que parecía sacado de un cuento. Luego me explicaron que esa no era la Laguna de Guatavita, era el embalse del Tominé.

Después de 45 minutos de camino y un paisaje espectacular, me encontré con una laguna del tamaño de una piscina de conjunto cerrado de estrato tres. Pequeña, cerrada y con más aspecto de fuente que de laguna. Aunque tiene una energía brutal, es diminuta en comparación con el embalse.

Bonito, sí. Pero no se repite.

Cuando estuve en Medellín, quedé enamorado de esa hermosa tierra y tenía que ir a un sitio obligado del que todo el mundo hablaba: El Pueblito Paisa. Y la verdad no sé si mis expectativas estaban muy altas o el Pueblito Paisa se encogió.

Pero dos cuadras de fachadas de colores y unos cuantos puestos de artesanías no eran exactamente lo que me imaginaba. Me dio más la impresión de ir a un parque con balcones de puertas de colores. Bonito, sí. Para ir con la abuelita a comprar una oblea, un chal y no volver.

Pasaron meses para conocer en Bogotá del famoso Chorro de Quevedo. Y mis expectativas claramente eran muy altas. Sin desmeritar el entorno cultural que hay en este espacio, el Chorro de Quevedo es una diminuta fuente con un chorro empujado. Es más como un bebedero. Bonito, no. Impactante, tampoco.

Pero se repetiría por las experiencias que ofrece a su alrededor.

Pero el rey de uno de los sitios icónicos decepcionantes, para mí siempre será el renombrado, icónico y casi obligatorio: Puente de Boyacá. No estoy criticando el valor cultural y significado patriótico que tiene este lugar, pero seamos honestos. El Puente de Boyacá comprende varios monumentos que están a su alrededor. Pero el puente, como tal, se cruza en cinco pasos. Bonito, sí. Imponente, todo menos el puente.

Con esto queda más que claro que a veces el boca a boca, la historia o la publicidad pueden aumentar las expectativas, y seamos honestos el nivel de asombro de cada uno.

Mat

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