TODOS TENEMOS NUESTRAS EXCENTRICIDADES


Yo creo que todos tenemos algo de excéntrico adentro, algunos lo cargamos desde muy jóvenes y otros lo vamos adquiriendo con el paso de los años. Pequeñas cositas que se adhieren a nuestro ser y se vuelven parte de nuestra vida, que si las pensamos bien, no son muy comunes y en el fondo nos hacen bastante particulares.

Por ejemplo, yo tengo una completa incapacidad para aprenderme los nombres de las personas. No sé si es un problema de nacimiento o de tanta fiesta que tuve en mi vida, no puedo almacenar esa información. Por eso prefiero llamar amigo, vecino, flaquito o cariño a todo el mundo. Genérico sí, pero me evito pasar el mal rato de preguntarle más de tres veces a una persona su nombre. Le advierto, si le he dicho "mi corazón" o "vecino", tenga la plena seguridad de que estoy escondiendo mi incapacidad para memorizar nombres.

Pero tengo más excentricidades.

También tengo la costumbre de hablarme solo. A veces me recuerdo en voz alta lo que tengo que hacer, o comienzo a recordar situaciones de mi pasado y cómo debí haber reaccionado y no lo hice por la efervescencia del momento. Sí, yo soy de los que parecen andar con los AirPods puestos hablando con alguien. Pero no. Solo repito mis editoriales en voz alta ante los ojos de todo el mundo que, por lo general, me miran atónitos por mi extraña maña.

Pero tengo más. Otra de mis excentricidades es que, muy en el fondo, creo que en algún momento voy a poder comunicarme con los animales si los miro fijamente a los ojos. No me han dicho ni 'mu', pero conservo la esperanza de que me ocurra algo como en la historia del doctor Dolittle y me convierta en un San Francisco moderno.

No bastando con esto, siempre después de haber visto una película de superhéroes, conservo la sospecha de que ya es momento de que me pique algún bicho radiactivo y que termine desarrollando un superpoder. Porque sí, dentro de mis excentricidades siento que soy un superhéroe que aún no sabe cuál es su superpoder.

Y si de superpoderes se trata, no recuerdo quién me lo dijo ni en qué momento de mi vida, pero he pasado horas mirando la nuca de alguien intentando adentrarme en sus pensamientos y establecer una comunicación telepática. Lo sé, soy muy normal.

Yo creo que todos tenemos excentricidades que no le confesamos a todo el mundo, porque esas mismas cosas que nos hacen únicos e irrepetibles pueden jugar una mala pasada.

Recuerdo que alguna vez salí con una persona que tenía algo que para mí fue una incómoda excentricidad.

En nuestra primera y única cita, cuando llegué a su apartamento y antes de hacer lo que se supone que íbamos a hacer esa noche, tuve que ver cómo bajaba uno a uno los 45 peluches que tenía sobre la cama.

Cuando me presentó a Ander, un perro azul, mientras le hablaba con cariño y le acariciaba sus largas orejas azules, yo ya estaba pidiendo el carro. Primero, porque en el peluche 10 ya estaba aburrido, y segundo, porque se me pasaron muchas cosas por la cabeza, una de ellas es que cada peluche era de una ex pareja que se lo regaló, o que hasta dentro de los peluches está el alma de esas personas que decidió encerrar entre tela y felpa en un ritual satánico.

Sí, sé que tengo una dosis de drama y otra de pendejada. Mis excentricidades que llaman.

Ahora es su turno de confesar alguna de sus excentricidades.

Mat

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