LO QUE NO MATA…


Quisiera aclarar que esta reflexión no hace referencia a aquellas personas que ganan peso por razones médicas, ya sean físicas o emocionales, y no pretende ser en absoluto es un post gordofóbico. Simplemente comparto mi experiencia, aquella vez en la que, por simple antojo y pereza, terminé comportándome como un lechón en Navidad.
Desde el mismo momento en que uno decide emanciparse y aventurarse en la jungla de la vida adulta, la existencia da un giro, y con ello, la forma en que uno se alimenta. La independencia trae consigo el adiós a la comida casera y da la bienvenida a los fritos, los corrientazos, la comida rápida e incluso al sancocho de tienda. Sin percatarnos, las posibilidades de que nuestro cuerpo, ese supuesto templo de la vida, se convierta en el basurero de chucherías son inimaginables.
Yo, he experimentado lo que me gusta llamar "gordura por descuido", una situación que no solo resulta incómoda para uno mismo, sino que el entorno no puede dejar de señalar con obviedades. Cuando mi peso llegó a los 86 kilos, la gente encontraba adjetivos de sobra para describir mi exceso de peso: "Acuerpado, trozudo, cachetón, barrigón", y los más sutiles me dijeron que estaba repuestico. Muchas palabras para expresar que uno es el elefante en la habitación.
El momento de asumir mi verdad llegó cuando me di cuenta de que mis pantalones ya no entraban y mis camisetas parecían batas de maternidad con gemelos dentro. Entonces, solo ahí me pregunté: ¿Qué demonios comí para ganar estos kilos extra? Fue entonces cuando se revelaron los tres grupos alimenticios con los que me alimentaba: hamburguesas, perros calientes, pizzas, todo acompañado de sus inseparables papitas, gaseosa y, por supuesto, alguna que otra botellita de licor los fines de semana. Un cóctel perfecto para aumentar de tallas en cuestión de semanas.
En lo que respecta a subir de peso, hombres y mujeres somos muy distintos. Ellas pueden crecer parejo, con un mayor énfasis en las caderas. Pero cuando un hombre engorda, nos convertimos en una lombriz que se comió una alverja. Barriga y flotador alrededor de la cintura, sobre unas patas flacas, culo chupado, todo envuelto en cualquier camisa de botón pidiendo auxilio.
Aunque los comentarios evidentemente afectaban mi percepción de mí mismo y mi autoestima se resentía, el punto de inflexión llegó cuando subir tres pisos por la escalera me dejaba sin aliento. Fue entonces cuando decidí mejorar mis hábitos, no solo por cuestiones estéticas, sino también por mi salud.
Hoy, trabajo en cuidarme más, dándome mis hamburguesitas de vez en cuando, pero siempre consciente de mejorar algo que puedo decidir, como estar saludable. Y esto no solo se traduce en lo físico, sino también en mi bienestar emocional.
Solo es empezar Mat

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