NUESTRA ULTIMA CITA




... Y estaba ahí. Sentado. En mitad de su restaurante favorito. Una fila alucinante se veía desde el vidrio de la puerta. Casi 15 personas estaban esperando una silla vacía para poder sentarse a cenar. Frente a él, la silla que esperaba ser ocupada por quien amaba. A un costado de la mesa un par de cubiertos sobre una servilleta. Un par de tarros con sal y otro con pimienta.

Él se acomodo como pudo la corbata, nunca tuvo practica con ellas. De hecho se la había puesto "a la fuerza" para no dañar el nudo que le había hecho un compañero de la oficina unas horas antes específicamente para esa cena. Los zapatos? Brillantes. Las uñas? Relucientes. El aliento? Fresco como la brisa de la madrugada. Todo estaba, perfecto.

Acomodó el letrerito que decía “reservado” que estaba sobre la mesa, mientras se sobaba insistemente la barba con una mezcla de angustia y emoción. Era un momento emotivo. A pesar de haber recibido un preaviso que ella no iría a la cita. El todavía tenia esperanzas. El creía en ella. Y en lo que sentía por ella.

Habían pasado exactamente siete meses y siete días desde que la había conocido. Y según la numerología el siete es el numero de la suerte. Por eso escogió la mesa numero siete. La que daba exactamente frente a la puerta de entrada. Así cuando ella cruzara lo primero que vería seria a él, con el cabello recién cortado tal y como a ella le encantaba.

Era el momento preciso para reanudar lo que nunca tuvo que haber terminado.

Ocho de la noche en punto. Decía mientras miraba su aparato celular “Llegó el gran momento”. La esperaba una cena romántica, unos tragos en un bar unos pasos mas adelante, un costoso regalo que había comprado a cuotas con su tarjeta de crédito y su apartamento lleno de velas amarillas acompañadas con música suave para tener una noche inolvidable. Nada podría fallar.

Recordó el primer día que la vió. Tenia una franelita rosada y lucia increíble. No pudo evitar dudar por un instante si era cierto que una mujer tan hermosa siquiera se le hubiera ocurrido poner sus ojos en él. Luego recordó el instante en el que en su apartamento brindaron con champaña de descuento….

- Mierda! El vino.

Alzo la mano con prontitud y le pidió a la mesera que le trajera una de esas cubetas metálicas con uno de los vinos de la carta.

Ocho y quince. Recordó cuando le obsequio su tan anhelada mascota. Y la sonrisa tan única y especial que se dibujo en su rostro que ilumino de inmediato la camiseta que tenia puesta él ese dia. La camiseta era amarilla. También reviso minuto a minuto lo que ocurrió luego. Fueron a comprarle todo a la nueva integrante de su naciente familia. Fue hermoso.

- Señorita, sírvame una copa -

Todo menos que ella llegara y lo viera ansioso. La copa de vino disimularía sus nervios. Además todo estaba milimétricamente estudiado, hasta la pintoresca tarjeta hecha el día anterior donde especificaba la hora y el lugar del encuentro. Siempre le gustaba tener detalles así, espontáneos. Como el día que decidió ponerla a buscar un tesoro por todo su apartamento mientras ella sonreía y él aplaudía como una foca. El nunca supo si aplaudir como una foca era algo que ella amaba o detestaba, pero igual lo hacia solo a raticos… para no fastidiar tanto

Ocho y media. A esa hora normalmente estarían acostados probando pizzas, sabores, películas y besos. Se dió cuenta que quizás nunca había hecho el amor con nadie más de la manera que lo hacia con ella. Los besos, las caricias, ducharse a media luz, los aromas que lo enloquecían. Y la enloquecían. Recordó que nunca tuvieron la certeza el tiempo que duraban bajo el éxtasis cuando hacían el amor era demasiado largo, o demasiado corto. El amor, si… por que eso hacían cada vez que se miraban a los ojos y se fundían en un beso y se escurrían entre las sabanas.

La servilleta, “ella siempre detesta que no sea lo suficiente meticuloso con ese tema”

-Señorita, por favor tráigame mas servilletas… y la carta-

Pidió de una vez que le preparan el plato favorito de ella, pero que se lo mantuvieran dentro de la cocina para que no se enfriara y apenas llegara se le fuera servido. Quería que notara que la conocía bien. Muy bien. Así como conocía la manera en la que se quedaba dormida, como suspiraba cuando estaba a punto de caer en los brazos de Morfeo. O la extraña manera que se ponía nerviosa cuando él se le tiraba a besos. O sus juegos con “Brusqueria” que terminaban siempre hiriéndolo a él en un brazo o en sus labios. Si que la conocía.

Desde su pijama favorita, sus gustos por el jugo de curuba, la tártara con piña, tomarle fotos a todo en isntagram, su pasion por ponerle la terminación "iria" a cada palabra, su capacidad de bobear con cualquier cosa, la forma metódica en la que cocinaba o de quedarse dormida con el televisor prendido... hasta esa manera constante e inconsciente de poner el despertador una hora antes de la prevista para levantarse. Y apagar la alarma cada cinco minutos.

Tarareo la canción de la alarma que aun recordaba estaba en el despertador de su aparato celular.

Sonrió.

Luego se avergonzó y clavo su mirada en la carta. Habian 20 personas haciendo fila en la puerta esperando un puesto para cenar y lo miraban por el vidrio. Además cuatro hombres en la mesa del lado lo miraban con sospecha, que hacia un viernes por la noche un hombre como él, metido en uno de los restaurantes mas famosos de la ciudad, vestido de traje, con una copa de vino a las ocho y cuarenta de la noche frente a una silla vacia?

Ocho y cuarenta! Por Dios

Lleno sus cachetes de aire como un niño pequeño y empezó a sacarlo suavecito sin emitir ningún ruido. Estaba ansioso. Un nudo en la garganta lo atragantaba. Se tomo una compa completa de vino y de inmediato se sirvió mas. Nunca veía la copa medio vacía. Siempre veía medio llena. Como su relación. Sabia que no era perfecta pero también sabia que eran lo suficientemente valientes para intentarlo. La amaba.

Recordó el brindis de su fiesta sorpresa de cumpleaños. No pudo evitar que sus ojos se pusieran vidriosos de recordarla a ella frente a él. Con un sombrero gigante, con la misma ropa que tenia puesta el primer dia que salieron a cenar juntos y un collar negro y rojo con una sonrisa en sus labios y ese brillo en los ojos por el cual estaba ahí. Sentado en medio del restaurante dispuesto a demostrarle que la amaba y que nadie daría mas la vida por ella que él. Entonces, se le resbalaron dos lagrimas del ojo izquierdo cuando bajo la mirada y notó que en su celular eran las nueve de la noche.

Sesenta minutos que se pasaron demasiado pronto. Sesenta minutos que le había dicho que la esperaría para saber si todo lo que habían vivido aun tenia algún sentido para ella. Sesenta minutos que ya se habían pasado. Bebió la copa de vino que tenia aun en su mano mientras las lagrimas cayeron incesantemente mojando sus mejillas, su barba, su corbata y la servilleta.

Decidió mirar la casilla de mesajes de su celular. Y ahí estaba, ella.

"Sabes que no voy ir". #Noquierovictimas

Quizás él no fue la victima esta vez, y tal vez nunca lo fué. Por que finalmente nadie lo obligó a enamorarse, a perderla y a intentar recuperarla de todas las maneras posibles. La verdadera victima fue ella. Victima de su pasado, de sus temores. Victima de querer encontrar en cualquiera lo que tuvo por meses a su lado junto a la cama. Victima ella del miedo y de la cobardía.

Entonces ahí mismo, en esa mesa con un letrerito de reservado, frente a esa silla, con media botella de vino fría junto a la mesa, un plato de macarrones con queso preparado en la cocina esperando a ser servidos, un par de cócteles esperando por servirse en un bar mas adelante, un anillo de compromiso escondido debajo de la almohada que había comprado a cuotas con su tarjeta de crédito y un apartamento con música romántica y lleno de velas amarillas pequeñitas… se dio cuenta que quizás el siete no es su numero de la suerte, el 28 no significaba nada para nadie, excepto para él, que el único sentimiento que existió en esa relación fue el de él por ella en todo ese tiempo, y que el orgullo de ella pudo vencer todo su pasado, su presente y hasta las más grandes esperanzas de él.

Limpio sus ojos, pidió la cuenta se levantó de la mesa y salió. Esperó afuera del restaurante otros treinta minutos, esperando que algo ocurriera en al último minuto, mientras se fumaba con ansiedad los tres últimos cigarrillos que le quedaban en la chaqueta. Tiró la colilla y tomó un taxi.

Quizás a veces hombres y mujeres algún día necesitan creer que las historias con finales felices, no son puro cuento.

Esta fue la ultima manera en la que ella me pudo romper el corazón. Se acaba de consumir la ultima vela de las 200 que tengo en el apartamento, la ultima botella de vino y yo acabo de contarles lo que hice hoy...

"Mas que besarte, mas que acostarme contigo, mas que ninguna otra cosa, yo te daba la mano y tu me dabas la tuya, y eso querida amiga era la muestra más sincera, noble y sencilla de lo que podía ser amor" Mario Benedetti.

Bogotá 28 de Junio 2013

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