MATEO SIN ETIQUETAS



Las etiquetas, ese maravilloso invento que nos hace sentir tan organizados, tan modernos, tan... atrapados. Porque, ¿quién no ama que lo clasifiquen en una categoría predefinida sin siquiera preguntarle? Es como si el mundo dijera: "Usted, tiene que encajar aquí, en esta cajita, y no se le ocurra salirse de ella, porque para el mundo, ese es usted".

Desde que empezamos a etiquetar cosas, la humanidad ha pasado de numerar direcciones a numerar prácticamente todo. Antes, el numeral era ese inocente símbolo que acompañaba los números, pero ahora es como una manera tajante de clasificar a alguien.

Pero no nos engañemos, ¡las etiquetas no son nada nuevo! Mucho antes de que Instagram fuera la guía suprema de etiquetado social, ya estábamos categorizando a diestra y siniestra. Si alguien no bailaba muy bien, ¡seguro es mal polvo! ¿Se dedica a las artes? Definitivamente, marihuanero. No terminó la carrera universitaria, ¡vago!

Pero, ¿realmente necesitamos tantas categorías para entender al prójimo? ¿No sería más sencillo aceptar que cada persona es única y compleja, y no como un producto de estantería que podemos definir su calidad por una etiqueta que ni siquiera escogió?

Me ha pasado. No me conocen y sé que tengo el rótulo de antipático y arrogante. Y los que se han tomado el tiempo de conocerme y no de juzgarme saben que no soy eso.

Todos somos víctimas de una mala etiqueta, y ni siquiera mala, solo usada para discriminar. De unos años para acá, la etiqueta "venezolano" en Colombia denota un malandro. Y lamentablemente, aún se escucha decir que robaron a alguien y algún pendejo dice: "Fue un venezolano" sin siquiera saberlo. Como si en Colombia no existieran ladrones desde antes del exilio venezolano.

Un costeño tiene la etiqueta de perezoso, un santandereano de malgeniado, una mujer soltera después de los 40, una solterona amargada, un roquero de satánico, una mujer extremadamente bonita de prepago, un hombre gay tiene la etiqueta de ser menos hombre, un amante del vallenato es un borracho y uno del reguetón siempre cargará la etiqueta de marihuanero. Y en realidad, en muchos casos esas etiquetas son erradas.

El mundo está obsesionado con etiquetar, clasificar y encasillar a la gente. Pero, francamente, las etiquetas solo sirven para simplificar lo complejo y para hacernos creer que entendemos algo cuando, en realidad, al ser humano no se le puede clasificar si no lo conocemos. Por eso hoy me pregunto ¿Qué etiqueta le han puesto a usted, que realmente está muy equivocada?

Mateo, sin etiqueta.

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